Al llegar a Tánger el sentido de la "alerta"'se activa, uno se vuelve desconfiado, siempre con la mano en el bolso que habitualmente lleva colgado y nota como todos los autóctonos te miran con ojos inquisidores unos para venderte algo, otros para ayudarte a cambio de algunos dirhams o simplemente porque eres un occidental extraño. Afortunadamente esta ciudad es como es, medio musulmana, medio cristiana, medio judía, un poco española, un poco francesa, un poco portuguesa, un poco de todos lados, pero sobre todo hospitalaria.
La primera imagen de Tánger: la Medina, con la Kasbah dominándolo todo y las mezquitas; un poco más a la izquierda la playa y las nuevas construcciones que rompen con la hegemonía de las casa bajas y que miran hacia el turismo; y a la izquierda del todo, Malabata, tan antigua o más como la mítica Tánger.
Al pie de la Medina, debajo de la Kasbah, se divisa una mansión con el tipismo común de la zona, pero llevado a su extremo: el Hotel Continental, que será mi residencia estas dos noches. Pero para llegar hay que dar un paseo, que con este calor casi se hace insoportable... para la vuelta al puerto he encontrado un atajo que me ahorrará unos buenos metros.
Mi habitación es la 202 y mira al mar como cualquier casa ayamontina.... ¿Será por eso que tanto me gusta esta cuidad?
He quedado con Richi, mi compañero en Al-Amal, a las puertas del Cinema Rif, en plena plaza del 9 de abril, pero para llegar he de subir por la calle San Marino, dejando el Petit Socco y a la derecha el mítico Cafe Central, del que de esta no me voy sin probar su té en tetera y no en vaso largo y más adelante la terraza por la que se tira DiCaprio en Origen.
A las 5.30 tocaba siesta y descubrir que el wifi del Hotel sólo va bien en la recepción, donde consigo twittear algo y recoger el correo y un poco de chateo via ebbudy.
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