Estaba mirando sin pestañear a la Luna. El aire frío de la noche daba en mi cara, pero yo, ensimismado en mi visión, no sentía su roce. Entonces, le hablé:
-No me mires.
La Luna sale de su letargo y parece que me contesta:
-¿Te molesta?
Y, atrevido yo, le dije:
-No, me enamora.
Otro mes en que creo confundir a la Luna contigo.
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